domingo, 8 de octubre de 2017

¿Bandera?; la blanca, por supuesto...

Curioso espectáculo el de las concentraciones del sábado 7 de octubre con las ropas blancas pidiendo que vuelva a haber diálogo entre el gobierno central y el catalán.

Lo que me llama la atención es la distancia emocional de toda una generación (la de la transición) tiene con la bandera española y el himno patrio, por más que al escudo le quitaran el águila imperial. 

Es que (nos) huele a un franquismo apolillado que la transición no fue capaz de reprocesar en el imaginario simbólico (¿una franjita morada en la bandera?); y posiblemente no lo hizo porque la democracia española es heredera de una derrota de la república, que quedó y sigue presente, aunque en medio de brumas de una desmemoria histórica intencionada. 

Mi abuela Sofía, silenciosa seguidora de Pablo Iglesias desde que fue a un mitin en Sahagún, tenía el miedo en el tuétano de los huesos: no hables, no hagas, no te signifiques... que son gente muy mala... Mi abuelo Santiago, con el carnet de la UGT de ferroviarios leoneses escondido hasta su muerte. Mi abuelo Ramón, tras 8 años en prisión con una condena a muerte conmutada por ser masón malagueño, no necesitaba decir nada: una vida de telegrafista arruinada por el castigo de no poder ejercer su profesión. Aunque nos enseño a mantener la dignidad y el humor, en medio de la desgracia y la humillación.

¿Cómo se puede querer a una bandera que significó aquello? Cuando veo mi barrio cuajadito de estos símbolos, no me es posible pensar en el amor patrio, sino en la exclusión y exilio de la otra España. Ni siquiera en un partido de fútbol de la selección acabo relajándome del todo... 

Bien; la transición nos ha hecho aceptar y tragar todo; quizás no había otra forma; no podemos endosarnos todos los malestares históricos, ni exigir las deudas de justicia milenarias; pero tampoco pueden esperar que aceptemos, cual Manolo el del Bombo, los signos y símbolos que tan dentro nos han atormentado. Máxime cuando la España ganadora no ha hecho casi gestos reales de conciliación, sólo de pasar página y olvidar (para que no se vuelva a liar otra guerra...). 

Y sin no concibo la rojigualda como mía, tampoco me parece ya el momento de buscarme otras banderitas autonómicas para que me suba la adrenalina, y para entrar en esa fascinación colectiva que creo que siempre lleva a la desmesura y la fabulación, y que al final alimenta a un grupito de espabilaos que capitalizan y hacen caja con estos sentimientos tribales que tenemos en el genoma paleolítico.

¿Bandera?... blanca, por supuesto. 

Repu 

martes, 3 de octubre de 2017

Cataluña: menos pasión y más reflexión

Crónica de un apátrida emocional, informando desde la capital del Reino. La marea Españo-céntrica avanza.

La compasión con víctimas de brutalidad se esfuma en un par de días, alimentada por casos de exageración de daños. 

Las imágenes de niños y vallecanos votando repetidamente tienen el buscado efecto "Piolín" de ridiculizar el relato. 

El maltrato a los guardias civiles y policías en hoteles mueve a la simpatía de sus parroquianos de este lado. 

La humillación escolar a hijos de las fuerzas del orden o a españolistas del vecindario es eficaz gasolina para el odio peninsular.

El pacifismo del proceso queda desbordado por la ira patriótica o el gamberrismo incontrolable, que se dirige a los débiles que se tienen más a mano: ¿peligro de iniciar una particular limpieza étnica en pequeños lugares que luego no es fácilmente reversible?.

Y va el joven monarca y se pone en plan JuanCar 23-F, a ganarse la plaza fija para su dinastía. Y hace de padre del Antiguo Testamento recordando que sigue habiendo Estado, mucho Estado, ... y gusta el mensaje a todo el que añora la seguridad de un padre en un mundo incierto y amenazador.

Los que no nos emocionamos con banderas e himnos vemos este juego como pierdo yo + pierdes tu = perdemos todos… y mucho. ¿Cuánto peor mejor?: esto ya no me lo creo de ninguna manera.

El gobierno catalán puede creer que se ha ganado moralmente el derecho a la independencia, pero al final esto puede ser igual de práctico que mi derecho a la felicidad o a la salud. Si no tiene fuerza para ganar (tema a valorar por estrategas de mente fría y calculadora), mejor recular y aprovechar lo obtenido pidiendo el cupo Vasco o la ordinalidad en la asignación fiscal. ¡Hacer caja, vaya! Un poco al estilo clásico PNV… A estas alturas una marrullería deseable, comparada con la alternativa.


Menos pasión y más reflexión. Faltan muchas y buenas palabras.